lunes, 15 de diciembre de 2014

"The millonaire", de "Luces de la ciudad" / "Nothing to lose", de "El guateque"

Esta pareja de niños, que miran al futuro a donde van, parecen
seguros y sonríen (aunque ella está más seria y atenta, porque
quizá es más "consciente" que él). Llevan su equipaje, porque
tienen muchos proyectos para ese futuro, mucho tiempo por
delante y quieren estar convencidos de que tendrán muchas
oportunidades. Y... han de sonreír, porque saben que el
mundo, para ellos, acaba de empezar, y creen, como niños
que son, que la vida será justa y generosa para su destino.
"Sonríe,
aunque sólo sea una sonrisa triste,
porque más triste que la sonrisa triste
es la tristeza de no saber sonreír"
(Charlie Chaplin)

Sonríe
y sabré que el mundo no se acaba,
porque el corazón del mundo disfruta con tu sonrisa.
Sonríe
y sabré que el mundo es más justo, generoso y honesto,
porque tu sonrisa lo enternece y lo hace más comprensivo.
Sonríe
y sabré que el mundo guarda tu sonrisa, en una caja de música
y lo convierte en un poema musical.
Sonríe
y sabré que ese poema es "la música más hermosa del mundo".
(Rusty Andecor)


Como la forma natural y transparente con que un niño expresa
sus sentimientos y emociones, a través de su amplia y abierta
sonrisa, cuando se siente contento y feliz. Y como lo hce la
madre cuando se complace viendo la maravillosa escena.
Fue la sonrisa, y su destello, la que puso su mensaje, su color y su música en el "volumen 11" de "La música más hermosa del mundo", y es en esta segunda parte del álbum dedicado a ella, en donde he querido referirme a ese "millonario de ilusiones" que a través de sus acrobacias "ensoñadoras" va construyendo su mágico mundo, porque nadie como él, con su sonrisa y su bastón, que por algo es Charlot, cambia el mundo y lo convierte en un cuento. Porque, es posible que haya una gran diferencia en la demostración de expresar el mensaje con el que, cada uno de nosotros, queremos transmitir nuestros sentimientos y emociones. Él, el mago de la sonrisa y de la risa, se vale de la expresividad de su gesto y de su elocuencia facial; por mi parte, yo lo hago con la música que le pongo a mi relato, aunque ayude algo la "literatura" que coloco al pie de los temas y de las imágenes.
Quizá, Charlot se apoderó también, como
personaje, del propio Charlie Chaplin, que
se dejó seducir por su musa y necesitó buscar
su preocupación en intentar protegerla.

Pero, lo que es cierto es que, aunque hay un abismo en el arte de crear y manifestar la obra de cada uno, los dos nos identificamos con la brevedad de nuestros "cortos"; él, Charlot, en el celuloide, yo, Rusty, en la imaginación que dejo en los temas musicales que me prestan los compositores y maestros de la gran música del cine. Y como no he querido desperdiciar la sugerencia de esos pasajes musicales del tema "The millonaire", en que la cuerda describe los gestos y avatares del pobre vagabundo  de la película "City Lighs", mientras trata de conseguir dinero y ayuda para la chica ciega de la que se ha enamorado, también yo le pongo ese mismo mensaje a todo el relato que se percibe en mi álbum, porque "el soñador" que aparece en la obra, fascinado por su musa y preocupado por su destino, no hace más que intentar protegerla.

Y fue una película, luminosa, llena de chispa y de risas, de sentido del humor y con ese rayo optimista y de esperanza, que aparece al final, la que me dio el último mensaje: "The Party". Y fue un tema musical, "Nothing to lose", de Henry Mancini, el que puso la nota y el color que necesita para concluir esta parte del álbum.

Escena de "The Party". El personaje Michelle, que interpreta Claudine
Longet, canta "Nada que perder si somos sabios / No esperamos que
los colores del arco iris nos lleven al cielo / Puede que sea divertido
arriesgar esos momentos cálidos y fugaces / Pero será un error
dormirnos en los sueños sin esperar nada más / Así que... ¡qué
podemos hacer si sonreímos a la esperanza cada vez que nace
el día! / ¡Nada que perder, si el amor decide aparecer!
"Nothing to lose (vocal), de Henry Mancini, con ese sentimiento tan propio de los temas de Mancini, con el que solía impregnar sus bandas sonoras para algunos films de los 60, y con el comienzo melódico que abren las notas y compases de la cuerda, seguido por la flauta, podemos contemplar, milagrosamente, una "pintura" grata y rica en matices, cuya música nos hace disfrutar y volver a un pasado feliz. Los coros, aquella maravillosa armonía de voces que solía utilizar el maestro Mancini en sus conocidos temas, nos permiten también ver una sonrisa reconfortante y dulce, como las primeras notas de esos violines, y un mensaje de esperanza, como las voces de esos coros; es el mensaje que envuelve a una canción titulada "Nada que perder".
Los rayos de la esperanza son también los que refleja en su rostro
y desde la mirada, esta niña que parece abstraída en su mundo
de ilusiones e imaginado los personajes de su cuento.

Alguien me dijo una vez que, "aunque me deba a la verdad de la oscuridad, del fracaso y de la desolación, como punto final de un ensayo literario, de un relato o de un poema, son los rayos de la esperanza, los que deben concluir mi obra o mi pensamiento". Tal vez, ese "alguien" no fue más que el reflejo de mi imaginación o del personaje de mi cuento, aquel "campesino", lejano, que llegó y se fue a través del viento. Y es posible que todos tengamos también el reflejo de un "personaje" en la imaginación

Lo cierto es que siempre hubo un destello que quiso inspirarme en esa esperanza, aunque fueran "luces" muy lejanas; como las de una melancólica poetisa llamada Sophie, que no hace mucho hizo un largo viaje para no volver, con la tristeza de sus versos; o como la de una princesa de cuento, con "sus ojos amielados y la sonrisa de su corazón encantado".
  
Pero la ausencia de esos versos, que se llevó, quizá, la Dama del Sena, y la de una fascinante sonrisa que aparecía en un viejo relato que se desvaneció, fue lo que no me hizo olvidar que las historias solo pueden terminar con una esperanza.
  
Es una imagen que siempre dio mucho juego en mis
reflexiones. En esta ocasión, el niño, como en el
mensaje de la película, va a entregar algo a la
niña, puede que aunque sea un regalo, lleve una
invitación de confianza o de complicidad, con el
ánimo y esperanza de poder volverla a ver. Hasta
puede ser divertido el momento, y... sobre todo
... "no hay nada que perder"
"The Party" (El guateque), una película de Blake Ewards producida en 1968 y que protagoniza Peter Sellers, no es una simple comedia americana. El tema es, precisamente, el de una fiesta, pero salpicado de infinidad de gags y de situaciones casi absurdas. Yo encontré un mensaje, después de disfrutar de aquel desvarío de sucesos. Porque, pensando en los disparates de la fiesta, como esos que aparecen en nuestra vida, hice mi propia reflexión. Recordé las situaciones más frívolas y vulgares que se sucedieron en el film, como las que llenan nuestra rutina; pensé en los engaños y desencantos que pude ver en el trasfondo de algunos personajes, como los que nos devuelve la cruda realidad. Y al final, cuando acaba la fiesta, los dos personajes centrales se despiden, pero antes, uno de ellos entrega algo al otro, como para recuperarlo después, quizá con la finalidad de depositar en ello nuestra confianza y la esperanza de poder volver a ver a esa persona. Y es que sabemos que después que se acaba el día, al dejar una invitación de ánimo y de optimismo para la mañana siguiente... "no hay nada que perder", como dice el título de la canción. Esa misma esperanza es la que encontré también en los violines y en los coros del tema de Henry Mancini.
La dama anfitriona con el muslo de pollo en su cabeza y entre su
peinado, sin que nadie lo perciba (escena de "The Party"), es una
prueba de que, además de los disparates que acontecen en una
velada, fiesta o reunión, y de los que muchos de nosotros nos
mostramos ajenos a su extravagancia, también en la vida se
suceden multitud de desvaríos, rarezas y desatinos. Es algo
que forma parte de la rutina de la vida, de su frivolidad, y
que nos lleva al final a la recuperación de la justa realidad,
del arco iris de la esperanza y de la sonrisa de cada mañana.
  
Y después de escuchar esa canción, "Nothing to lose", la que nos cantaba Claudine Longet, a través del personaje de "Michelle" en el film, hice esta reflexión: "Todos podemos llevar un arco iris dentro de nosotros, que nos muestra los colores, la luz y la esperanza de un nuevo amanecer. No es la nube del engaño o la del sueño irrealizable, lo que brilla cuando abrimos nuestros ojos. Solo hace falta... no pedir demasiado, ni dormirse entre los sueños. Lo que sí podemos hacer es mirar al cielo y buscar el arco iris. Porque no hay nada que perder si elegimos los colores; el de la esperanza, el verde; y el de la sinceridad, la lealtad y la ilusión, que siempre me pareció que era el azul. Y... bueno, el arco iris, ya sabéis, debe estar entre nosotros, y los colores... los colores tendremos que buscarlos".
  
Aprovecho también, una vez más, para recordar aquello que dijo el poeta libanés Khajil Gibran: "Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes", porque... "en el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche viene una aurora sonriente".
  
"Rusty Andecor"





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